me como los panqueques quemados.
los primeros panqueques nunca salen como deben; demasiada azúcar, demasiada leche. hay demasiado de algo. de mí.
por eso me los como.
mientras todos esperan su ración, yo borro los rastros de vainilla caramelizada y grumos de azúcar. si dejara un rastro, nadie me encontraría igual.
trago. es amargo, duro, denso, crudo. se deshace en mi boca como hollín, quedándose entre mis dientes flojos. en el plato dejo los más bonitos; los esponjosos, suaves, los que recuerdan al hogar que no hemos tenido.
me como los panqueques malos para que no los deban ver. para que la costra negra no enturbie la imagen de la última cena juntos, siempre es la última, pero nunca termina. todos ríen, yo mastico.
mi garganta sangra, pero también me río.
hay sepsis en mi boca.
la fruta podrida también puede hacer mermelada. me como las fresas feas, las de los gusanos. la pieza mohosa del pan. todos respiran, yo me atraganto.
aunque dejara un rastro de azúcar, nadie me buscaría.
nadie verá mis uñas quebradas en la sartén. no hay huellas en mis dedos.
la bilis tiene una extraña similitud con la mantequilla.
mi voz es sólo un ruido más en la autólisis permanente, constante. todos comen.
no hay que discutir, hay espacio para todos. un plato de comida caliente —
todos vamos a hervir.
en esta mesa nadie parpadea y todos engullen con la boca abierta, como un pez atado a la carnada de piel.
para el momento en que todos están servidos, yo ya estoy llena. mi cuerpo está hinchado, revienta en fumarolas de pus y flores. miel.
¿también quieres servirte un trozo?
hay larvas en la harina.
tú no las ves.
alguien se ahoga.
yo sonrío.
no te preocupes, siempre me como los panqueques quemados.