Untitled IV

 Untitled IV. 



Tic, tac, tic, tac, vas tú.


Érase una vez la luna y la noche; la luna, satélite de labios rotos, había arropado su disco menguante en el manto de la noche que, sin estrellas que ofrecer, prometió la permanencia y la libertad de su jaula vacía. Noche corría por la vida en converse desgastadas y rodillas aporreadas, Luna resguardaba su brillo en su eclipse sempiterno. Noche temía a la oscuridad con profundo dolor, mas su mutismo jamás permitió pedir algo del brillo que dentro de ella abrigaba, porque mientras más oscura fuera Noche, más brillante era Luna. «Todo lo que amas de mí es lo que odiarás cuando te lo lleves», pensaba Noche, su rostro reposando en una ventana al infinito y la espalda escalfada por las pequeñísimas uñas de gato de Luna. «Me gusta la textura», le escuchaba decir contra su nuca, la piel herida y cicatrizada sobre el cansancio se siente como el pergamino húmedo, mohoso. 


Jajateatrapé.


Noche no anochecía, el insomnio libaba de su psique, sobre el plasma y la desidia. A veces veía a Luna a través de la misma ventana, cada vez más saetera, cada vez más prisión. Luna brillaba cuando encontraba estrellas, pero le gustaba la ausencia de ellas en Noche. Encontraba en aquella soledad taciturna la evasión necesaria para derramarse sobre el mar que mejor arrullara sus desilusiones entre canciones de Radiohead y susurros acústicos y rasposos. Pero, poco a poco, la libertad no fue suficiente para Luna; mentía, mentía y sabía que Noche sabía que mentía. Las sábadas estaban empapadas en sangre y sal, Noche esperaba en ellas, letárgica sobre su propio vómito y putrefacción. Mas Luna ahogó todo gemido con el huracán de un solo parpadeo, con improvisada y desganada tragedia. 


Luna había sido herida por las estrellas de otro cielo y necesitaba regresar a casa, pero aquella casa estaba vacía, se había llevado todo y le había soltado la mano a Noche, que no podía encender más luces para regresar. El aire era vaho y muriático. Noche se quedó sola, cuestionándose, inyectada de óleo e invadida por la infección de la insuficiencia. Buscó aquellos cielos donde Luna había esparcido los trozos de su densidad y corazón, entregando más de sí en el camino, asaltada por el consuelo morboso de unos dientes serrados y una boca taimada. Los días eran hirvientes y gélidos. 


Luna se había encargado de desaparecer todo rastro de culpa con sus dedos pianistas, aquellos que habían hurgado en la parte más débil de Noche, violando la sutura, incubando en ella parásitos y flores. Noche se envolvió en sí misma, desapareciendo y existiendo, un hematoma pluritrauma, alguien que jugó a las escondidas y a quien nadie fue a buscar. La misma chica de Converse rotas que odia a Radiohead. 


Black Iris (C) Georgia O'Keeffe