si asmodeus suspirase una vez:
—ya no puedo.
y sus ojos exánimes
se entornaran sobre una tristeza tenue,
yo no respondería más que con la
simpleza
y travesura
de un beso en la sien
como una bala de estío
que no mata,
pero duerme,
duerme plácida
y dilatada...
Conocí al cariño en unos labios agrietados que no puedo besar, aún así, han estado sobre los míos cientos de veces, en cientos de sueños. Observa, claustro, el desapego de la costumbre... y debajo de todo aquello y de todo aquel, me encuentra a mí. Tan acostumbrada. Enmarco su cuello con mis sangraduras como se abraza al hijo perdido, a la herida abierta, y me regocijo en su aroma figurado. ¿A qué huele la ausencia? a esperanza. Y la esperanza trae consigo lágrimas, y desespero. Sin embargo sigo, sigo...
Hecho de nicotina e insomnios; tan blando, tan solo, mi pequeño hombrecito trágico... me baila en la lengua su sabor a poema inconcluso, a tragedia risueña.
Si es que el pasado insiste en dar aldabonazos, daría mi cuerpo y sangre para que no llegara a su puerta.
Si pudiera, sólo un poco, encoger ese vacío en su pecho, daría todo lo que queda en el mío para él. Tanta carne y tanto latido, tanto de todo mío que no quiero que sea de nadie más.
Si fuese yo a quien quisiese que lo hiciera y a quien debiese tener.
Un final feliz aunque yo no quiera final.
Estribo en sus idas y llegadas, viajera de su viaje.
Me tiene, lo sabe y lo sé.
Quizás en su ternura aún no comprende cuánto y para qué.
Pero me tiene como se tiene al lobo manso, con la correa suelta ya de tanta lealtad, con el lomo bajo y las orejas expectantes a un halago, a una sola voz y una sola orden. Y cada sílaba es rebosa mi interior como una copa infinita en tanta necesidad.
El mundo es un lugar horroroso, pero ascendería a él de nuevo si eso supone volverlo a encontrar.