24/11

Cambias de página
en un silencio menesteroso,
que se opaca con tu respiración.

Acaricio el puente de tu nariz como si cruzara
lagunas,
cielos,
con toda la devoción que mis dedos
llenos de ampollas
permiten.

—¿Por qué me quieres?

Te ríes cuando preguntas,
colándote entre mis rodillas.

Respondo apenas, otra vez,
otra voz,
que simula un quejido plácido.

Por qué;
por qué, dices.

Y luego la retórica apocalíptica de esa sonrisa a medio labio.

—¿Cuánto me quieres?

Hincando los dientes
en la carne estéril,
masticando los nervios como
cuerdas de un arpa.

Cuánto no,
amor.
La pregunta no es el cuánto.

Eso se dilata y muere en la espuma de la ansiedad.

De la fantasía.

El cómo
es la verdadera promesa.

Te veo ahí,
tan dócil,
rebosando en mi fuente,
y encuentro más imposible la respuesta.

Cómo te quiero.
Cómo.

Las cosas que te haría si no te quisiera y
las cosas que te permito hacerme esperando me quieras.

Suspiras,
inhalas en la hipoxia de mi esencia.
Descosiendo el centro tibio
con tus dedos de araña.

Visceral,
muy mío,
pero aún ajeno.

Mientras tú esperas a quien te prometió volver,
yo te espero sabiendo que nunca has estado.