Érase una vez.


¿Les he contado la historia de la polilla que se enamoró de una luciérnaga? estoy segura que sí. Pero es tan bonito todo que cada vez encuentro una manera distinta de decirlo, aunque nada pueda detallar ni hacer justicia a sus manías y sabores.

Allá, en la Madrid de ojos cristalinos de tristeza y desconfianza, en la de pequitas salpicadas y risas con intermitencia. Madrid está donde está ella; donde está mi promesa. Es cierto aquello de que el primer amor no se olvida, y un poco mentira eso de que nada dura para siempre. Para siempre es el intento, la alegría de escucharla, de leerle por las mañanas. Para siempre son las manos temblando cuando le tiembla el corazón y no puedo abrazarla. Para siempre, siempre, siempre, ella. Aunque se me astille el pecho cuando sé que llora. En la calma. La demolición lenta de los miedos que no se pierden, pero se comparten; ojalá quitárselos todos, pero mejor quedarme, todo lo que ella quiera, para sacudírselos de la espalda con la punta de los dedos. Me hace un poquito más valiente, un poquito menos nada. Soy la polilla que no se cegó con la luz y que orbita en la gravedad de sus historias, de sus sonrisas y sus lágrimas. Sin perder el buen hábito de no querer decir te amo porque todo es volátil y las promesas pesan, aunque las cumplas todas. Creyendo en el silencio que habla por encima de las palabras. 

Yo, tan ciega de niebla y polvo como siempre. 

La sigo.

Aunque me estrelle contra el cristal.

Madrid es la niña de ojos pequeños y vibrantes, y la mujer de voz ronca que escucho con el alma y no con los sentidos. Así, como lucecitas de neón que se encienden en la oscuridad de la avenida cuando regresas a casa, es ella. Anteponiendo tantas cosas a su propia felicidad porque es tan buena que no lo entiende ni se lo ve. No ve lo que es. Porque las luciérnagas no pueden ver sus propias alas ni sentir el brillo de su luz. Y tras ocho años de apagones e incendios, aún duda de ella a ratos.

Entonces se lo recuerdo.

Que me tiene.
Que le tengo.

Desde los buenos días hasta las noches largas.

Que es maravillosa.

Pese al cansancio y la resignación de los finales tristes. 

Y que es mi luz.